miércoles, 16 de febrero de 2011

Once upon a december...

En mi último viaje, al cual fuí sola, a descansar, a pasear, a crear, a ver teatro y a desconectarme de mi mundo en Buenos Aires, me pasaron varias cosas que iré contando -o no- en los próximos post. Estuve colgada estos días, siempre escribiendo pero sin publicar, no sé, falta de inspiración, de anécdotas, pero creo que es hora de contarles sobre el Ruso. Todos los que lean esta entrada, se imaginarán que hablo de un Ruso que conocí en New York. Sí, no es más ni menos que eso. Llegué un viernes por la mañana, luego de instalarme en el hostel, paseé por Times Square, me compré unas botas divinas a 20 dólares, comí y reservé una entrada para un show de jazz esa noche. Cuando estaba volviendo, a una cuadra por la misma calle de mi hotel, había un bar. Me acordé el nombre, volví a mi cuarto y lo googleé, -no sea cosa que me meta en cualquier antro- y ví que era ideal: tragos baratos+lindo ambiente+cerca del hostel. Entonces, esa noche, antes de irme al show de jazz me puse mis botas newyorkinas, me maquillé, me puse gatuna y me fuí al bar. Me senté en la barra -claro, soy sola- cual gato en Killkenny y pedí un cosmopolitan. A los 5 minutos de sentarme -modestia aparte- empecé a recibir tragos, mensajes, y saludos (a través del barman) de señores de los alrededores de la barra y mesas. Me sentía como Carrie Bradshaw del conurbano bonaerense y recibía los tragos y mensajes pero pocos daban la cara para venir a chamuyar. Algunos sí, ojo, pero ninguno valía la pena. Hasta que llegó él. Rubio, zarpadamente rubio, alto. Lo había visto en la otra punta de la barra y le eché algunas miradas argentas, mientras rebotaba a algunos especímenes. Se acercó, con un acento medio extraño en su inglés me preguntó cómo estaba, que me estuvo mirando y que quería invitarme una copa. Ja, que original, le pregunté de dónde era. De Rusia, me dijo. Rarísimo, una argentina y un ruso hablando en un inglés inentendible en un pequeño bar after office en New York. Bien el ruso, educado, copado, gracioso (lo que le entendí), me invitó a cenar al día próximo, sábado, me dijo que me iba a llevar "al mejor lugar de la ciudad", upa upa, espero que ese lugar sea un telo, pensé yo, pero después me acordé que en New York no se usan los telos, sí los Howard Johnson y esas cosas, así que saqué esos pensamientos de mi cabeza.
Llegó el sábado, me pasó a buscar por mi hotel, fuimos a comer sushi. Claro que no me sorprendí en comer sushi, no me pareció el mejor lugar de la ciudad, pero bueno, le puso onda. Fuimos a su departamento, más que departamento era estudio, con entrepiso y eso. Ojo, puede sonar que fué rápido, pero les aseguro que el ruso era bastante lento. Hablamos de la vida, tomamos un poco, me contó sobre Rusia, de que hacía 7 años vivía en NY y yo me transportaba en Moscú y me sentía la princesa Anastasia pero morocha. Llegó el momento... vamos a inaugurar New York...


Sí, lo que tenía de lento en el chamuyo, lo tuvo de rápido en la inauguración, 5 minutos, y soy copada. Claro que cuando viaje a Rusia... va a ser solo para turismo.

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