domingo, 10 de julio de 2011

Zarzuela de brunch

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El primer mundo tiene eso, que es primer mundo, entonces todo es antiguo, que no le quita lo lindo, ojo, pero es retro. El primer mundo es retro. Y sí tenemos mucha variedad de cosas, aunque todo cierra temprano en lo que a comida se refiere y la oferta cultural en verano se reduce un poco. En Londres la gente es fría,los chongos son colorados a mas no poder y cuando pasa una chica linda le dicen yeahh, yeahh, más de eso no. En Paris son mas galantes, más caballeros, las chicas son lindas, están a la moda. Y en Madrid... ay, qué linda es Madrid. Llena de bares hasta el cansancio, las cañas son válidas en cualquier momento del día. Muchos Mickey, Minnie, estatuas vivientes flamencas y hasta camellos adornan la Plaza Mayor, como si fuese la peatonal de Mar Del Plata Europea. El Museo del Jamón alberga jóvenes, viejos, turistas y no tanto que desean degustar jamones, bocadillos y cañas a tal solo 1 euro, osea, unos 6 pesos argentinos. Podemos afirmar que con 12 pesos uno puede tomarse una birra con un sandwich de salame y sentirse más autóctono.
Ahora es domingo, estoy sentada en un bar bastante cheto de La Latina, un barrio plagado de bares y muy ruidoso por las noches, y espero mi brunch. El brunch no es Español, tampoco Argentino, pero nos gusta igual. Por 18 euros puedo comer hasta que me canse entre dulce y salado sin dejar una miga en el plato, porque claro, el cambio no nos beneficia. Mientras como el paso 1 de este desfile de comida viene un señor. Un señor que camina despacio frente a este bar-cheto entre tantas tabernas y barsitos de moda y/o malamuerte. El señor tiene una camisa cuadrillé, pelo canoso, tiene una rosa roja en la mano. Se detiene y se acerca a la lista de precios que se encuentra pegada en la entrada. Se va. Muy caro, pienso yo. Y viene mi paso 2, que acompaño con el cóctel del día que se llama Mimosa y eso me causa un poco de gracia. Leo revistas, leo un flamante libro teatral de los varios que me compré y por los cuales tendré que pagar exceso de equipaje, porque el saber a veces ocupa lugar. Y vuelve, vuelve el señor cuadrillé. Esta vez sin rosa en la mano, pero con una señorita -o señora- muy paqueta a su lado, con anteojos obscuros, pelo corto, rubio y bien peinado y un vestidito que en alguna época fue furor, y ahora es un vintage. Se sientan cerca mío, en la vereda, que es muy grande, en una esquina, frente a una Iglesia. Mucha Iglesia en Europa. No logro escuchar qué hablan, mi paso 3 del brunch me acapara toda la atención, pero puedo escuchar el acento local, el cual no tenía la camarera, que tenía un acento más latino. Se pidieron dos cañas. Vieron? les dije, yo comiendo huevos benedictinos y ellos tomando cañas a las 13hs, quien sabe si en ayunas, quien sabe si no. El intenta pagarle a la camarera pero la chica le responde que más tarde. Se lo nota nervioso. Terminé mi plato, pienso lo lindo que es comer en los viajes, pienso que extraño y que es un viaje largo pero que me gusta la ciudad. Pienso como ir al aeropuerto mañana. Hasta que escucho: "Usted me quiere Alberto?, Usted me quiere?", lo decía la señora, la rubia con gafas, lo decía en un volumen considerablemente alto y el señor la calmaba apoyando su mano en la de ella. Llora, puedo verlo, se acomoda las gafas y se seca las lágrimas.
Vino mi postre, un postre empachoso y de gorda. Ya estoy llena pero lo como por el temita del euro-peso. Mientras como las cosas se arreglan, menos mal. Ella sonríe, sonríe sincera. Pido mi cuenta, pago con tarjeta, un euro de propina está bien?, bueno, dos.

Me estoy por ir, y escucho a la señora que se para y agarra una carta y, con la típica pronuncación del español a lo inglés, dice: "sí Alberto, pidamos un BRUNCH"