jueves, 26 de mayo de 2011

El fin del mundo



Si mañana se termina el mundo, no tendría que confesarme frente a un cura, lo haría frente a todos los que alguna vez les mentí. Buscaría a mis amores imposibles y les daría un beso. A los que tenga mas a mano o más tiempo, me los cogería. Llamaría a mis ex para insultarlos y llorarles a la vez. Llamaría a las mujeres/novias y advertiría que su novio las caga. Nadaría desnuda. Comería mucho guacamole y un postre balcarce yo sola. Bueno, una chocotorta también. Pediría perdón a todos los que no me animé a pedirles. Putearía a la gente que odio en mi familia. Comería un asado con mi mamá, mi papá, y mi hermanito. Jugaría a los legos con mi hermanito. Dormiría por última vez con mi gata encima. Robaría muchos vestidos y zapatos de locales grosos. O bueno, me los compraría, total, mañana se termina el mundo. Iría a alguna obra de teatro que me encante. Organizaría un evento en donde pueda cantar mis canciones favoritas. Llamaría a ex compañeros de colegio que fueron crueles conmigo y les contaría lo bien que estoy y me siento. Abrazaría a mis amigas/os un rato largo. Me pondría extensiones. Pasearía con taco aguja y pestañas postizas a las 15hs. Le diría a todos que todo lo que hice lo hice con esfuerzo, y que si no se terminaría el mundo haría mucho más. Miraría para atrás, y me sentiría orgullosa de lo que hice.

Y si no se termina, podría hacerlo igual.

martes, 17 de mayo de 2011

La seguridad

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Ella caminaba firme, con la seguridad de que su cartera era una imitación -muy buena- de Prada. Tenía la seguridad de que se veía muy bien en sus nuevos tacos y que estaba espléndida y flaquísima. Desde el taxi hasta el destino contó un total de 7 piropos que está muy bien para el turno noche. Tenía en ella la seguridad que le faltaba con el otro. Iba a una cita a ciegas. No estaba segura si ese chico era lindo, feo, alto, bajo. Pero caminó ella, su seguridad y su ego hasta el bar en donde planearon verse. Se sentó en la barra y esperó. El barman le preparó un mojito, especialidad de la casa. Ella lo recibió, por supuesto, pero aclaró que esperaba a alguien. Pasaban los minutos, las parejas, los hombres de traje que no eran su cita. Pasó un tiempo considerable para que sospeche que su cita a ciegas no iba a venir. El lugar estaba repleto de hombre solos, de traje. Ella intentó sacar hombrito, cruzarse de piernas para llamar su atención pero no, estaban refugiados en su vaso de whisky contra la barra. Se hizo la imagen de que a lo largo de esa barra eran todos hombres, de negro, y ella en el medio, de rosa y zapatos altos. Se imaginó cantando como Marilyn Monroe rodeada de chongos y subiéndose arriba de la barra al estilo Coyote Ugly. Los mojitos seguían saliendo. Su autoestima bajaba. Sospechaba que su cita había entrado, la había visto, no la había gustado y se había ido con la primer mina tetona que encontrara. La seguridad que tenía al entrar se disolvió en el ron de los mojitos, en su rimmel corrido. El barman la miraba, tenía una boina blanca, le preguntó si estaba bien, si quería charlar. Ella le dijo que no, y los ojos se le llenaron de lágrimas. El barman le dió otro mojito y se presentó: "me llamo Martín", le dijo. Ella sonrió y le dijo un nombre falso. Era obvio que Martín se sentía atraído por ella, entonces la seguridad empezó a aparecer nuevamente. Lo llamaba "barman", no por su nombre, aunque el le decía "decime Martín" a ella la cachondeaba más el jueguito de oficios. Y así, un poco mareada, un poco segura, un poco fácil, le escribió en un papelito con delineador "a qué hora terminás?". Martín se acercó a su oreja y le dijo bajito "ahora".
Salió ella primero, se prendió un cigarrillo y se acomodó el push up. A los 5 minutos salió su barman. Era distinto en la calle, en el contexto cotidiano. Ella deseaba que la barra venga incluida a su alrededor. Intentó tomar un taxi, pero él la besó. Fueron a un hotel cercano. Se sentía sexy, libre, independiente. Cuando Martín la tiró a la cama ella quedó acostada boca arriba, y cuando el intentó sacarle la bombacha, se la rompió. Sí, le rompió la bombacha, preciosa bombacha, segura bombacha. Dos cosas podían pasar: que le gustara lo salvaje o que sea un pelotudo. Ella consideró la segunda opción, y después de una pausa de apróximadamente 3 segundos, se puso a llorar con los pedazos de vedetina en la mano.

Y a él, no se le paró más, claro.

domingo, 8 de mayo de 2011

Los pañuelos de tela son mejores que los carilina

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No se sabe si hace frío o hace calor. Una señora se saca los anteojos y se seca las lágrimas con un pañuelo de tela -muy parecido al que yo uso a veces, que era de mi abuela, muy parecida a esa señora- en el asiento contiguo a la puerta del medio del colectivo 127, que me lleva a Almagro. La señora tiene puesto un saco de lana marrón, con dos tigres abrazándose en la espalda. Se baja en Chacarita. Puedo intuír que va al Cementerio, o tal vez no, yo que sé. Estoy malhumorada, llego tarde, comí poco, me llaman por teléfono y me preguntan cosas que no sé, ni quiero contestar. Tengo ganas de comer sushi. Es muy tarde, pienso, maldigo vivir lejos, tengo poca, poquísima batería en el celular y con el último llamado, tengo menos. Paso por lugares que me traen recuerdos. De pronto, siento olor a sushi, no a pescado, a sushi. Me odio por quedarme dormida, por no hacer todo lo que tendría que hacer, por no tener planes para esta noche y la noche siguiente, por no podes arreglarme las uñas, depilarme, peinarme un poco. No tengo anteojos, tengo unos con una sola pata que uso de entrecasa y una receta de nuevos que no tengo tiempo de llevar. Pero los ojos se me llenan de lágrimas en el 127 con destino a Almagro, busco, revuelvo en mi cartera, y me las seco, con el pañuelo que era de mi abuela.

sábado, 7 de mayo de 2011

Las mañas

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Todos tenemos mañas, y más a la hora del sexo. El tema es cuando te cruzás con alguien más mañoso que vos, claro. Una vez, estuve con un tipo que le daban impresión los pezones. No sólo los míos, que no tienen nada de raro y nunca se han quejado de ellos, sino de todos, los míos, los de ellas, los de él. No soportaba el roce de pezones en su cuerpo ni que los suyos rocen el de otro. Se bloqueaba, realmente se bloqueaba. Y esto lo sé, lo digo, ya que lo confesó luego de que me saqué el corpiño. Fue muy sincero, sentí que se abría ante mí al contarme esta historia y ustedes, mis queridos pensarán: "a quién no le gustan los pezones?", bueno, he aquí la respuesta, existe la pezonofobia, y puede ser una de las causas y consecuencias de la Impotencia.

Por otra parte, hablemos de gustos, hablemos de sexo (como si no hubiesemos hablado de eso). El sexo es sucio, el sexo es fuerte, el sexo no es amor en sus comienzos, el sexo hace que transpiremos, que terminemos despeinados, despintadas, manchadas, entre otras cosas. El sexo es eso, el sexo es salvaje. Ahora, en cuanto a los hombres, se sabe que piden dos cosas fundamentales: la cola, y acabarte en la boca. Si no tienen suerte con ninguna de las dos, van por el lado de eyacular en cualquier parte de tu cuerpo, como si fuese lindo, como si fuese una crema humectante para rostro, como si una realmente desearía ser un tiro al blanco. Pero una a veces cede, por amor, por calentura, porque gastó en la cena, por un regalito o simplemente por gauchita, y se topa con un hombre, ese hombre, que no le gusta expulsar sus líquidos en otro lugar que no sea el preservativo. Ese muchacho, que no le gusta ensuciar las sábanas, ni su ropa, que no se vuelve loco porque ofrezcas una parte de tu cuerpo para ser bañada. Ni bien termina, corre a lavarse al baño, verifica que todo esté limpio y regresa con una, que claro, está pulcra, intacta, y con una cara de culo terrible, porque por supuesto el gataflorismo femenino indica que cuando no te piden algo, es porque no les gustás, etc etc.

Si hablamos de mañas femeninas, yo ya conté en este blog que cuando empecé a tener sexo me daba impresión el fellatio, ya no, claramente. Pero hoy por hoy, después de estos y otros tantos mañosos, me doy cuentas que mis mañas son bastante pelotudas.

Y ustedes?, tienen mañas?