sábado, 29 de marzo de 2014



 Hubo un tiempo que este blog hablaba de pijas. Muchas, de todos colores y tamaños. Ahora las cosas han cambiado, porque inevitablemente mi vida ha cambiado. Estoy hecha una señora, una ama de casa, una concubina. Una de las mejores cosas que me pasó estos últimos meses fue tener un lavarropas. Lavo. Todo. Constantemente. Las toallas que se lavaban cada muerte de Obispo ahora se lavan a diario.
Mi objeto de deseo pasó de vibrador o zapatos a un lavarropas. No es mejor ni peor, es distinto. Hace unas semanas hice fila 20 minutos en la calle para que me regalen una muestra de suavizante.
 Cambié de barrio también, ahora vivo en Barrio Norte. Con viejas conchetas por doquier: discutiendo con algunas, riéndome con otras. Intento ser más ordenada por mi salud mental y la de mi novio. Me cuesta, lo intento.
 Es como que los tipos piensan que las mujeres venimos con un chip incorporado de la limpieza y el orden. Que todas somos maníacas compulsivas, perfectas cocineras y encima, cogemos bien.
Intento comer mejor, hacer ejercicio, comer granola, tomar vitaminas, esas cosas.
Eso si me cuesta un huevo.
Intento ahorrar.
Eso también me cuesta un huevo.
 No me identifico con las demás amas de casa. Sobre todo con las que tienen mucama, porque yo claramente no tengo.

Así que si quieren armamos una vaquita para que contrate una chica de limpieza, dale?.