jueves, 3 de mayo de 2012

Me levanto descalza, descalza. Miro al balcón y sigo caminando, descalza. Siento el frío del piso en las plantas de los pies. Llego al balcón y siento el frío de la brisa que se siente porque es alto y hay un mar, hay un mar enfrente. Siento el viento y la brisa que me despeinan y me dan frío en los pies, también. Un frío incómodo en los pies, no tanto en el pelo o en la cabeza. Me siento en cuclillas aunque sé que hay una silla, me siento en cuclillas y mis pies quedan en puntita. Pienso en mi empeine y de pronto el frío de los pies se pasa a mis talones levantados. Un concierto de barcos y otras cosas desafinan a lo lejos.  Hay olor a mar, mar de puerto y no de playa. Olor a pescaditos. Hay containers de importación acumulados en el muelle con vaya a saber qué cosas. El cuarto es celeste, la casa es blanca. El acolchado de la cama tiene dibujos de florcitas o algo así. Es una cama cómoda, venía acostumbrada a cama no tan cómodas. La almohada es acolchonada y suave. En un rincón del balcón mi novio se toma una cerveza. Una cerveza de latita porque acá están más baratas que en Buenos Aires. El ascensor que nos lleva debajo, más al centro cerró. Hoy nos quedamos. Esta casa tiene paz y el baño está tapado. Entro al cuarto a buscar una mesita. Una mesita plegable blanca de madera, para comer en el balcón unas empanadas gigantes de mariscos y camarones. El color de mi esmalte de uñas está desquebrajado. Tengo pelos en las piernas y mis pies están quemados con marcas de la sandalia. Mi pelo no es el mejor, tengo varios kilos de más de más de los que tenía ya antes, en Buenos Aires. Uso siempre el mismo vestido y no uso corpiño, me cuesta subir escaleras y la menstruación me cambia el humor, pero estoy descalza, y nunca fuí más feliz.


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