miércoles, 23 de mayo de 2012

Fabula Ancestral


El otro día fui a ver La Bella y La Bestia 3D. Amo esa película. Amo ese musical y me sé los diálogos de memoria. Siempre quise ser la Bella. En inglés es Belle, y se pronuncia Bel, así que siempre creí que era yo. Además es una de las pocas princesas de Disney castañita con ojos marrones, como yo.
Podría verla siempre, Disney y tu mundo maravilloso que nos hace creer que todas somos princesas. Y rememorando mis épocas en donde esta película y La Sirenita eran parte del top five, me acordé de que muchas, muchísimas chicas optaban, en sus quince, disfrazar a su hermano/papá/tío de la bestia para que entre a bailar el vals con ellas. Una mersada total, sabiendo que los muñecos que aquí y aún se alquilan tienen muy poco parecido con la versión de Walter Disney. Pero sí, era furor y no sé si sigue siendo, no sé si se sigue usando la fiesta de quince, sé que están carísimas y que las pibas de hoy son más vivas en administrar el dinero de sus padres.


En la época que yo cumplí 15, muchas otras compañeras también cumplían. Era una época en que cada fin de semana (o fin de semana por medio) tenías una fiesta. Eran los primeros acercamientos de ir a bailar, de arreglarse, de pasar la noche fuera de casa bailando hasta el amanecer.



Mis quince fueron lindos, hoy por hoy me arrepiento de no haber elegido el viaje, obvio, me meto en el culo mi vestido (alguna que otra vez lo he usado para actuar), los zapatos, la fucking moda que una tiene a los 15 años y demás.

Mi fiesta fue una de las últimas, en el salón más top, cliché y grasún de Villa Ballester: "Eclipse". Fue medio a las corridas porque creía que quería un viaje, pero a último momento decidí que quería ser estrella y que todo gire a mi alrededor por una noche. Tenía lo último en invitaciones, pantalla gigante cuando no era tan común verlas, proyectando fotos de mi vida (mi corta vida de quince), y videos que estaba de moda hacer, un videoclip gracioso y cool que deje bien a la cumpleañera y que entretenga a los asistentes en las eternas fiestas.
Había fotos mías por doquier. Chiquitas y grandes y un cuadro gigante con una foto. Pocas pude elegir, porque las cámaras profesionales no eran digitales sino de rollo, y en las muestras había salido el 80% con los ojos cerrados por el flash. Freddy, mi fotógrafo (por qué todos los fotógrafos se llamaban Freddy o Charly o Willy?) para la fiesta trajo un truco para que no salir como dormida en todas las sesiones, aunque en varias cerraba igual. Esto último me traumó de por vida, es el día de hoy que si tengo una sesión de fotos aclaro que no usen flash, que siempre salgo con los ojos cerrados aunque no sea tan así.

Siempre fue competencia (aunque sana), quién tenía la mejor fiesta, el mejor salón, el mejor vestido. En qué fiesta les camuflaban alcohol a los pibes y cual no. En cual era más copado el dj o había mejor efecto. Si la comida estaba buena, si había show de pastas o de pizzas, si la mesa dulce era abundante, si el cotillón era innovador o se veía que no hubo presupuesto, si te sentabas con amigas o con tu familia.



Yo me senté con mis amigas. Hoy por hoy veo a pocas de esa mesa, aunque en ese momento eramos todas re amis. Dí velas, las quince velas. Agrupé a la gente en cada vela, escribí unas palabras para cada grupo en una cartulina fucsia, porque todos los centros de mesa y detalles de mi vestido eran de ese color. Las velas mas importantes fueron para mis padres, mis abuelos y mi hermanito, que en ese momento era una pulga.

Pero a pesar de mi fanatismo, nunca NUNCA se me ocurrió disfrazar a alguien de la Bestia para mí, era más que un lindo vestido y una historia de amor. Igual, me sentí una princesa.




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