martes, 17 de mayo de 2011

La seguridad

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Ella caminaba firme, con la seguridad de que su cartera era una imitación -muy buena- de Prada. Tenía la seguridad de que se veía muy bien en sus nuevos tacos y que estaba espléndida y flaquísima. Desde el taxi hasta el destino contó un total de 7 piropos que está muy bien para el turno noche. Tenía en ella la seguridad que le faltaba con el otro. Iba a una cita a ciegas. No estaba segura si ese chico era lindo, feo, alto, bajo. Pero caminó ella, su seguridad y su ego hasta el bar en donde planearon verse. Se sentó en la barra y esperó. El barman le preparó un mojito, especialidad de la casa. Ella lo recibió, por supuesto, pero aclaró que esperaba a alguien. Pasaban los minutos, las parejas, los hombres de traje que no eran su cita. Pasó un tiempo considerable para que sospeche que su cita a ciegas no iba a venir. El lugar estaba repleto de hombre solos, de traje. Ella intentó sacar hombrito, cruzarse de piernas para llamar su atención pero no, estaban refugiados en su vaso de whisky contra la barra. Se hizo la imagen de que a lo largo de esa barra eran todos hombres, de negro, y ella en el medio, de rosa y zapatos altos. Se imaginó cantando como Marilyn Monroe rodeada de chongos y subiéndose arriba de la barra al estilo Coyote Ugly. Los mojitos seguían saliendo. Su autoestima bajaba. Sospechaba que su cita había entrado, la había visto, no la había gustado y se había ido con la primer mina tetona que encontrara. La seguridad que tenía al entrar se disolvió en el ron de los mojitos, en su rimmel corrido. El barman la miraba, tenía una boina blanca, le preguntó si estaba bien, si quería charlar. Ella le dijo que no, y los ojos se le llenaron de lágrimas. El barman le dió otro mojito y se presentó: "me llamo Martín", le dijo. Ella sonrió y le dijo un nombre falso. Era obvio que Martín se sentía atraído por ella, entonces la seguridad empezó a aparecer nuevamente. Lo llamaba "barman", no por su nombre, aunque el le decía "decime Martín" a ella la cachondeaba más el jueguito de oficios. Y así, un poco mareada, un poco segura, un poco fácil, le escribió en un papelito con delineador "a qué hora terminás?". Martín se acercó a su oreja y le dijo bajito "ahora".
Salió ella primero, se prendió un cigarrillo y se acomodó el push up. A los 5 minutos salió su barman. Era distinto en la calle, en el contexto cotidiano. Ella deseaba que la barra venga incluida a su alrededor. Intentó tomar un taxi, pero él la besó. Fueron a un hotel cercano. Se sentía sexy, libre, independiente. Cuando Martín la tiró a la cama ella quedó acostada boca arriba, y cuando el intentó sacarle la bombacha, se la rompió. Sí, le rompió la bombacha, preciosa bombacha, segura bombacha. Dos cosas podían pasar: que le gustara lo salvaje o que sea un pelotudo. Ella consideró la segunda opción, y después de una pausa de apróximadamente 3 segundos, se puso a llorar con los pedazos de vedetina en la mano.

Y a él, no se le paró más, claro.

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